Pericúes
El registro arqueológico en el territorio pericú se extiende hasta los principos del Holoceno, hace cerca de 10 mil años, y persiste hasta el Pleistoceno tardío (Fujita 2006). Los distintivos cráneos hiperdolicefálicos (cabezas alargadas) encontradas en algunos entierros de la región de Los Cabos sugiere a algunos expertos que los ancestros de los pericúes fueron migrantes trans-pacíficos o remanentes de algunos de los primeros colonos de América. (González-José et. al., 2003; Rivet, 1909). Los emblemáticos entierros del Complejo Las Palmas, que se relacionan con entierros secundarios pintados con ocre rojo depositados en cavernas o abrigos rocosos, son particularmente notables (Massey, 1955). El uso continuo del átlatl al lado del arco y flecha, persistió hasta finales del siglo XVIII, mucho tiempo después de que muchos pueblos indígenas habían abandonado su uso en América del Norte. Este rasgo ha sido interpretado como una expresión del excepcional grado de aislamiento del extremo sur de la península de California (Massey 1961).
Harumi Fujita (2006) ha delineado el cambio de patrones en la explotación de recursos marítimos y los asentamientos en la región de Los Cabos durante la época precolombina. De acuerdo con Fujita, alrededor del año 1000 de nuestra era, cuatro grandes centros de importancia socioeconómica y ceremonial surgieron en Los Cabos: Cabo San Lucas, Cabo Pulmo, Airapí (La Paz) e Isla del Espíritu Santo.
Los primeros contactos entre europeos y pericúes se dieron en la década de 1530, cuando Fortún Jiménez y otros amotinados de una expedición enviada por Hernán Cortés --conquistador del centro de México-- alcanzaron Airapí. Poco tiempo después, hizo lo propio el mismo Cortés en persona (Mathes 1973). Encuentros esporádicos --algunas veces amistosos y otras, hostiles-- ocurrieron con exploradores, misioneros, los marineros de los galeones de Manila y buscadores de perlas, todos ellos entre los siglos XVI y XVIII.
Los jesuitas establecieron su primera misión evangelizadora permanente en Conchó en el año 1697, pero tardaron más de dos décadas en penetrar en la región de Los Cabos. Las misiones destinadas al servicio de los pericúes fueron establecidas en Airapí (1720), Añiñí (1724), y Añuití (1730). Un dramático revés para los jesuitas sobrevino en 1734, cuando comenzó la Revuelta de los Pericúes, que se convirtió a la postre en uno de los más grandes desafíos para los misioneros en la California. Dos de ellos fueron asesinados --Lorenzo Carranco en Santiago Añiñí, el 1 de octubre de 1734, y dos días más tarde, Nicolás Tamaral en San José del Cabo Añuití--, y el control jesuita en la región fue interrumpido por dos años (Taraval 1931). Los pericúes padecieron aún más, sin embargo, debido a las muertes ocasionadas por los combates contra los españoles y los efectos de las epidemias traídas por los conquistadores de Europa, lo que completo su genocidio. Por la época en que la Corona de España expulsó a los jesuitas de Baja California (1768), los pericúes ya habían desaparecido como pueblo y cultura, aunque una minoría de sus desendientes sobreviven en la población mestiza del sur de Baja California.